TIERRA DE
ORÍGENES, ALINA SANDU (3º ESO)
Aún no había caído la noche pero
fuera estaba comenzando a helar de una
forma que sólo en la isla de Creta se daba en esta época del año. Me dije que
no faltaría mucho para que comenzase a nevar ya que las temperaturas alcanzaban
los 15 grados bajo cero. El invierno era una de mis épocas preferidas; sobre todo
por la nieve que caía durante toda la madrugada y que a la mañana siguiente
dejaba todo el enorme jardín de mi casa cubierto de un blanco puro e impecable.
Me encantaba la sensación de aquel típico frío ligero que me recorría de pies a
cabeza cada vez que intentaba salir a la calle para ver como caían los pequeños
copos con forma de estrellas. Parecían sacados de un cuento, pero los que
residíamos en este otro mundo igual a la tierra, albergábamos la capacidad de
darle a las cosas la forma que nosotros quisiéramos; así que cuando nevaba, en
una casa podían caer copos amarillos y cuadrados y en la de al lado, con forma
de eclipse y negros; si te decantabas
por salir y luchar contra el frío, te enfrentabas a quedarte alucinado por
tantos colores que veías en una misma calle. No puedo negar que resultaba fascinante
pero al mismo tiempo también era agotador; en muchas ocasiones intenté hablar
con las personas de mi barrio para que por lo menos una zona se quedara
cubierta de ese blanco que yo tanto añoraba. Todos dijeron que sí, que no
volverían a cambiar el color natural de las cosas; muchos mantuvieron su
palabra, pero otros tantos decidieron pasar por alto la promesa que me hicieron
y volver la Navidad de colores realmente
insólitos. De pequeña, cuando todavía nadie había conseguido desarrollar la
capacidad de transformar los materiales que podían cambiar fácilmente de forma
como el agua, en la época de frío salía
con mis padres y mi hermana mayor Melanie a ver caer esas chispas impolutas,
sin nada que alterase ese color tan bello que tenían; yo siempre he pensado que
no hay nada que se le pueda comparar en ningún lugar de este universo ni de
cualquier otro.
Pero a partir de que aprendiéramos a
llevar a cabo tonterías inservibles como aquella, la nieve pasó de ser blanca a
tener miles de colores, por lo cual, si caminabas un rato, veías hasta
restaurantes cubiertos de dorado o plata para llamar la atención de los
clientes. Por lo que a mí respecta, eso era espantoso, pero cada cuál con sus
gustos.
Llegué con bastante tiempo antes de
que el tutor viniera y nos tocase sentarnos. En ese rato estuve charlando con mis
amigas acerca de los planes que teníamos para aquella tarde.
-¿Vendrás esta tarde con nosotras de
shopping, Lindsey? - Me preguntó Mary, una chica que aprovechaba cualquier
oportunidad para salir de compras y llegar a casa con unas 7 un 8 prendas más que
luego nunca se ponía, pero esa “cualidad” en ella era incorregible.
-No creo, tenía pensado irme un rato
a los orígenes. - Ese era el nombre que le dábamos a veces a nuestro primer
planeta para no tener que estar todo el rato especificando.
- Volverás a ir a ver la nieve,
¿verdad? - Esta vez quién me interrogaba era Rachel, mi mejor amiga, que estaba
continuamente preocupándose por mí y por mis extraños gustos. Era cierto que yo
no compartía la mayoría de aficiones de mi mundo; aunque creía que quizás no
fuera la única en pensar de esta manera. Prefería hacer pequeños viajes,
conocer gente y su estilo de vida allí.
-Si quieres que te acompañe sabes
que puedes pedírmelo.- A nadie solía gustarle ir solo a un lugar que
desconocía, pero yo era una excepción. Aunque normalmente solía desencadenar la
preocupación de mis padres y mis amigas cuando me iba por mí misma.
-No hay que temer por mí, ya sabes
que siempre que me e ido, también e vuelto. - Dije entre risas para intentar
calmarla. La mayoría de veces me largaba porque estaba cansada de mi familia,
de que siempre me quisieran exigir más de lo que yo podía hacer, de que me
compararan constantemente con Melanie y la espléndida vida que ella tenía, de
que no comprendieran por qué yo quería aprender más de mi pasado...odiaba que
no entendieran sobre todo eso, que yo era diferente, que no me interesaba tanto
mi mundo como el de mis ancestros. Así que cuando necesitaba olvidarme de todo
y de todos me transportaba a un lugar donde sabía que ellos no iban a conseguir
encontrarme. Si me marchaba a cualquier parte de mi Tierra, me localizarían
gracias a la conexión mental que se desarrolla entre padres e hijos, pero al
irme a los orígenes, no tenían ninguna influencia sobre mí, ya que me
encontraba en el universo paralelo.
Las clases se me hicieron demasiado
pesadas, esta vez no había ninguna en particular que fuese
peor que la anterior; cuando eran
las once y media, la hora en que salíamos al patio para comer y charlar un
rato, yo no podía dejar de mirar el reloj para ver que cada segundo se
ralentizaba al máximo. En aquel momento ya estaba nerviosa, pero a las tres
menos diez, parecía que me iba a subir por las paredes. Era imposible que diez
minutos se hicieran tan rematadamente eternos; creo que nada mas tocar el
timbre, fui la primera que salió corriendo de clase levantando a mi paso
algunas quejas a causa de dar empujones a los otros alumnos que salían
tranquilamente para dirigirse a sus casas. No fue hasta que estuve en la puerta
del instituto cuando caí en la cuenta de que si no quería levantar sospechas
debía ir primero a casa a comer y luego hacer como que me arreglaba para salir
con mis amigas por ahí y así poder escaparme. Eso me bajó un montón el ánimo,
ya que llevaba unas cuantas semanas planeando esto; hoy me levantaban el
castigo que fue impuesto justo por lo mismo que estaba a punto de hacer: viajar
sin nadie a los orígenes.
Esperaba que esta vez me saliera
bien la jugada y no acabase igual que antes; si no hubiera sido porque habían
algunas patrullas por cerca de la zona donde yo aterricé hacia dos semanas, me
hubiese tenido que quedar allí hasta que alguien viniese a buscarme y me
encontrara. No creo que hiciera falta decir que no iba a ser tarea fácil
localizar a una muchacha en una superficie enorme y sin tener ninguna pista de
donde podía estar, o si le había hecho
alguien algo. Para el lío que monté me pareció que el castigo fue muy
poco severo, pero mejor así; dado que de otra manera no me podría volver a
escapar a ninguna parte aquella tarde.
Como siempre, me tocaba comer sola.
Mis padres trabajaban ambos en unas empresas muy importantes y tenían mucho
trabajo que hacer, así que sólo les veía por la noche. No necesitaban estar en
casa para decirme a que hora debía volver. Ya fuera verano o invierno, mi
horario era que a las 22:30 como muy tarde debía estar de nuevo en mi
domicilio; aunque si a veces les llamaba al trabajo y les suplicaba que me
dejasen un rato más, lo hacían por el mero hecho de terminar la conversación y
poder seguir con lo que estaban haciendo.
Me hubiera encantado poder irme
aprovechando que ellos no estaban, pero sabía que tendrían las
cámaras activadas y que estarían
viendo cada uno de mis movimientos hasta las cinco, que era la hora a la que
solía salir con mis amigas habitualmente.
Me acabé el pollo que mi madre dejó preparado en el robot de cocina y
me fui a cambiar de ropa y a arreglarme. Pasé como hora y media en el baño sólo
para alisar mi pelo ondulado, que por suerte no se me electrizaba ni nada por
el estilo cuando atravesaba ese espacio invisible que me llevaba a mi mundo
preferido.
No se para que me arreglaba tanto
pero por algún motivo me gustaba ir guapa a cualquier lugar, aunque no
conociera a nadie o hiciera un frío invernal. Al ver que sólo quedaba media
hora para irme, pensé que les dejaría una nota a mis padres delante de la
cámara diciéndoles que hoy habíamos quedado un rato antes para chismorrear un
poco en casa de Mary. Con un poco de suerte, se lo creerían y no me llamarían
al móvil para comprobar que estaba allí.
Salí y caminé en dirección a la
vivienda de mi compañera de clase; me tocaba hacer un poco de teatro hasta que
las cámaras de mi casa me perdieran de vista. Unos pocos minutos después llegué
a un parque que solía estar siempre vacío y ese día no fue una excepción. Me
concentré en Rumanía, en sus tierras cubiertas por la nieve y su capital, un
lugar al que tantas veces había ido y que me sabía de memoria. Estaba segura de
que esa vez nada me distraería y todo saldría bien. Pero para desgracia mía,
cuando comenzaba a transportarme pasó un caballo con su amazona por delante y
perdí el hilo de mis pensamientos. En aquel momento supe que si no tenía la
suerte de volver a encontrar un guardia de la Tierra por allí, me costaría un
buen trabajo volver. Fui perdiendo nitidez en pocos segundos hasta que
desaparecí completamente para caer sobre un campo de hierba verde. Supuse que
sería primavera en aquel lugar y que como ya sabía de antes de haberme
“esfumado” no era ni de lejos el sitio al que deseaba ir. Ahora me tocaría
encontrar a alguien, averiguar en que idioma hablaba y preguntarle sobretodo
donde me encontraba. Sólo así podría intentar que me llevasen al lugar en el
que se hallaba en mi Tierra el parque actualmente. Si no iba justo a la zona de
donde había partido, no tendría posibilidad alguna de regresar.
Estaba en campo abierto y no veía
nada a mi alrededor que fuera algún indicio de que por allí habitaba alguien.
Comencé a andar por un camino marcado por ruedas parecidas a las que solían
tener las de los caballos en la antigüedad. Esperaba que eso me guiase hacia la
civilización y poder encontrar allí alguna ayuda para llegar a Cretas. Aunque
iba a ser muy difícil, ya que no llevaba ni un euro encima; así era imposible
volver a casa. Nadie me iba a pagar el viaje
por las buenas y sin conocerme de nada.
Ahora sí que la había liado bien; la
única manera que tenía de conseguir algo de dinero era ponerme a buscar algún trabajo para pagar el viaje
hasta la isla de donde yo provenía. Seguí andando durante una media hora hasta
que al apartar un matorral pude ver un circuito cerrado en el que estaba un
caballo negro, con un pelaje realmente brillante y que doblegaba el tamaño de
su jinete, que se encontraba justo a su lado. Observé que se esforzaba por
calmar al animal, que por algún motivo se había puesto realmente nervioso;
pero lo que el muchacho hacía no daba
resultado.
-Tranquilo Tanner. Ya pasó, ya
esta.- Bonito nombre, pensé para mis adentros. A mí se me daban bien los
animales y habíamos ido varias veces con la clase a una escuela de equitación.
Curiosamente era yo la que conseguía relajar al equino cuando estaba alterado,
por lo que decidí que no sería mala idea salir de mi escondite y que a lo
mejor, si lograba echar una mano con esto, aquel chico quizás me contratase un
tiempo y yo pudiera volver a mi vida. Lo veía como algo imposible, porque nadie
te iba a pagar porque le ayudases a calmar a un animal ni te iba a contratar
porque se quedase fascinado por esa virtud con estos, pero a fin de cuentas, si
lo pensaba bien, tampoco quería que me recompensasen por ello, ya que los
animales eran mi debilidad y me gustaba que estuvieran bien.
Caminé con paso firme hasta
acercarme al recinto. Luego me salté la verja y me acerqué despacio a Tanner;
le coloqué una mano en el lomo y comencé a hablarle despacio y con voz calmada
mientras lo sujetaba de las riendas para obligarlo a mantenerse en el suelo y
no tirar a alguien si intentaba ponerse a dos patas. Caminé un poco con él
hacia otro lado donde supuse que no habría nada que le asustase mientras sentía que tenía
clavada la mirada de aquel muchacho en mi espalda. Seguramente se estaría
preguntando de donde había salido; tenía que mentir y eso era algo que no me gustaba
pero que si era necesario, lo llevaría a cabo. Debía aprovechar ese “don” para
interpretar e inventarme respuestas a
todo lo que quisiera saber de mí más adelante.
Até las riendas del caballo a la
valla que nos rodeaba para poder ir a investigar que era lo que tanto le
atemorizó. Volví al lugar donde el muchacho se había quedado de piedra,casi en
el sentido literal, porque ya no movió ni siquiera la mirada. La tenía clavada
esta vez en Tanner, que seguía tranquilo mirando hacia quién sabe donde.
Encontré un palo curvado que tenía
forma de serpiente. A todos los caballos les daba miedo estos y otros muchos reptiles, así que
ese fue el motivo de que reaccionase de esa forma.
-Ahora lo entiendo.- Ni le había
oído acercarse, así que di un pequeño respingo del susto que me llevé. Ese
chico tenía una voz un tanto aguda, por lo que cuando habló me puso un poco la
piel de gallina, pero supuse que si me quedaba más tiempo por allí no me
volvería a pasar eso.
-Gracias por echarme una mano; no
llevo mucho tiempo con Tanner, de echo me lo encontré la pasada primavera en
una cuneta cuando venía con el coche de clase y llamé a unos amigos para que me
ayudasen a recogerlo. Todavía no está domesticado del todo, como has podido
ver.- Añadió.
-Pues para tener tan poco tiempo con
él, has hecho un buen trabajo. No te ha llevado mucho tiempo llegar a este
nivel. Es verdad que todavía te queda un poco pero al haber sido un animal
abandonado y salvaje, llegar hasta aquí es algo que a la gran mayoría de los
jinetes les lleva como un año y medio o más. Hay profesionales que han tardado tres años en
hacer que un animal salvaje deje de
atacarlos cada vez que entraban a limpiar o al ponerles comida y agua. -La
verdad que me sorprendió mucho que aquel joven hubiera podido hacer tantos
logros en tan poco tiempo, así que continué diciéndole que si había llegado
hasta allí, no le costaría mucho más hacer que se calmara si volvía a suceder.
Le acompañé hasta la cuadra que
estaba a un kilómetro y medio de donde tenía el recinto de equitación. Entrar allí era
realmente reconfortante, hacía calor, supuse que debido a la gran cantidad
de heno. Además de Tanner, también
existían dos yeguas y otro macho más llamado Stark. Era de un gris plateado que
me recordaba a la casa de algunos vecinos en invierno. Tenía una mancha negra
en la pata derecha delantera y otros tres más alrededor de la primera que hacía
que pareciera la huella de la pata de un gato. Ambas yeguas eran marrones
oscuro con las orejas más claras que el resto de su pelaje. No pensé que
pudieran existir animales que fuesen gemelos, pero ahí tenía la prueba.
Entonces recordé algo que olvidé por el camino:
-El que le pusieras Tanner al
caballo, ¿tiene algo que ver con el libro de Stephenie Meyer ? Ese de la
segunda vida de Bree Tanner. Es que me pareció una gran casualidad.- Y eso era
cierto. Desde que le oí por primera vez mencionarlo, esa idea vino a mi mente y
tenía mucha curiosidad por saber la respuesta.
-Mi hermana pequeña leía sus libros
y cuando lo encontré en la cuneta aquel día, no supe que nombre ponerle. Cuando
llegué a casa le pregunté a Tania, que seguía enfrascada en su lectura y me
dijo que no tenía ni idea de cual le quedaría bien; pero al irse a dormir se lo
dejó encima de la mesa y yo lo cogí para llevárselo a su habitación. De camino,
vi el título y me gustó mucho ese, así que por eso lo elegí.
-Vaya casualidad. No creía que fuera
a ser justo por eso. -Solté una risita breve, ya que se me vinieron a la cabeza
otro millón de motivos por el que el animal tuviera ese nombre, y aquel era el
último por el que hubiese apostado.
-¿De dónde eres, por cierto? Nunca
recuerdo haberte visto por aquí.- Esa era la pregunta que quise evitar a toda
costa desde que llegué; decidí alargar el rato respondiéndole con otra
pregunta, así quizás se le olvidaba. Pero no había caído en la cuenta de que
aquella noche no iba a tener donde dormir, por lo que opté por contarle la
verdad a medias. Así no estaría mintiendo,¿verdad?
-Es una historia difícil de
explicar, sólo se que debo ir a la isla de Creta, pero estoy aquí, en medio de
no sé dónde. -Esperé que diera resultado y que no me tomase por una mentirosa,
ya que entonces si que me iba a quedar sin ningún
tipo de ayuda para encontrar el camino de vuelta a casa.
-Estás en la isla de Sicilia. Creta
no queda muy lejos pero la cuestión es que tengas dinero para poder volver
hasta allí. - Genial. “Eso ya lo sabía. Si me puedes ayudar de alguna manera o
darme un dato que me facilite las cosas, mejor”. Estuve a punto de decirle eso,
pero no quise sonar grosera ni borde.
-El problema es que no se si traía
dinero encima. Así que desde que llegué aquí, no he dejado de pensar en que
quizás sería buena idea si me pusiera a trabajar en algo para poder conseguir
lo que me hace falta para el billete de avión. - Si se apiadaba de mí y me
conseguía un trabajo temporal, iba a ser mi día de suerte. Aunque cuando
volviera a casa, me iba a caer la bronca del milenio, porque estaba segura de
que mis padres ya se habrían dado cuenta de que sigo sin aparecer y de que no
estaba con mis amigas. Entonces me tocaba
pasarme castigada el resto de mi vida.
-Si quieres te doy yo el dinero. Mis
padres son ambos empresarios y si algo no falta, es eso. Pero con una
condición. - Su tono de voz hizo que se me pusieran los pelos de punta; a ver
qué sería lo que me tocaba hacer ahora.
-¿Cuál? -Le pregunté. Sólo esperaba
que no fuera lo que yo me temía, porque tal y como iba de suerte últimamente,
podría ser cualquier cosa.
-Te acompañaré hasta la isla y una
vez allí, preguntaremos a la policía para llevarte hasta tu casa. Es raro que
sepas a donde tienes que ir pero que al mismo tiempo, no tengas ni idea de
donde es exactamente. -”¡Sí que lo sabía!” Gritaba en mi fuero interno, pero no
podía decirle : “Es que resulta que tengo que encontrar una zona en la que se
construirá un parque dentro de unos mil años. Así podré volver a mi casa
tele-transportándome.” Creo que entonces en vez de llevarme a Creta, me
recomendaría a un psiquiatra. De momento sólo podía hacer una cosa, y era
aceptar la idea. Ya vería yo más adelante como me libraba de él.
-De acuerdo. Vendrás conmigo
entonces. Por cierto, ¿cómo te llamas? Yo soy Lindsey.
-Ah, es verdad. Se me había olvidado
presentarme, jajaja. -Tenía una voz que asustaba, pero su risa era todo lo contrario. Parecía la de
un niño pequeño: dulce y melodiosa. Parecía dos personas en una. - Me llamo
Diego, encantado. Hizo una de esas reverencias que se llevaban a cabo en
ceremonias importantes en los palacios. Yo había tenido que soportarlas a causa
del alto estatus de mis padres cuando estaba castigada y me tocaba ir con ellos
para tenerme vigilada. Solían hacerse de una manera formal, pero este chico se
lo tomó a broma e hizo que acabase riéndome como no lo había hecho en mucho
tiempo. Yo siempre odié tanta formalidad, ¿para qué? Si luego cada uno era de
una forma distinta; que hicieran eso no les llevaría a ser más o menos
caballerosos en su corazón.
-Bueno, esto ya esta. -Terminó de
ponerle agua a las dos yeguas y comenzamos a andar por un camino rodeado de
flores como rosas rojas (mis favoritas), orquídeas, tulipanes... Todas estaban
en fila, bien colocadas y en unos jarrones que me llegaban hasta las rodillas.
Me detuve ante una que realmente me
llamó la atención. Era pequeña, con forma de campana y preciosa.
-Son campanillas, o por lo menos así
las llamamos aquí. -Diego me hablaba en voz baja, casi en un susurro,como si se
hubiera quedado embelesado por las flores y apenas pudiera tomar el control de
su voz.
-Ojalá en mi mundo existiera este
tipo de plantas. - Yo sabía perfectamente que no teníamos estas flores porque
cuando llegábamos a bachillerato, nos tocaba estudiar en biología esta parte de
la naturaleza y una lista enorme de plantas, para saber si eran venenosas o
carnívoras. Y las campanillas no figuraban entre las existentes en nuestra
Tierra.
-¿Cómo que en tu mundo? Creo que te has dado un fuerte golpe o algo
por el estilo. -Parecía estar verdaderamente preocupado por mí y no quería que
creyese que me había vuelto loca.
-Supongo que sí.-Eso fue lo único
que se me ocurrió decir. Menos mal que Diego pensaba eso, porque si me hubiera
pedido una explicación, entonces las cosas se me habrían complicado y mucho.
Pensaba que lo tenía todo bajo control y que mentiría genial, pero para aquello
no me había preparado ninguna excusa.
El resto del camino anduvimos en
silencio, sin cruzar apenas una palabra. No mucho rato después llegamos a una
casa enorme que estaba escondida entre un montón de árboles y arbustos más
grandes. Supuse que eran útiles para que nadie viese la casa desde el camino
principal. Me llamó muchísimo la atención los enormes ventanales que tenían.
Todas las paredes estaban rodeados de ellos. Arriba de cada uno colgaban unas
cortinas oscuras que estaban enrolladas en sí mismas y atadas con un lazo a
cada extremo.
-Uauuu... Era impresionante. -Fue
todo lo que se me ocurrió decir acerca de la mansión. Mi casa también era
gigante, pero no tenía tanta luz. Me hubiese gustado contarle eso a Diego pero
pensé que no sería muy buena idea. ¿Cómo se supone que sabía como es mi casa
cuando no conocía la forma de llegar? Resultaría un poco contradictorio, así
que opté por callarme y seguirle.
-¿No hay nadie ahora además de ti?-
Pensé que quizás sus padres estuvieran allí, puesto que era domingo por la
noche; pero entonces recordé que tenían el mismo oficio que los míos, así que
no debía de extrañarme que andaran fuera aún.
-No. Tienen una reunión, como
siempre. Nunca pasan tiempo conmigo; ya me he acostumbrado a estar sin ellos.
-Recalcó el “nunca” con un deje de frialdad en su voz, lo que me hizo pensar
que se sentía solo. Me moría por contarle que yo también quería pasar tiempo
con ellos pero que nunca estaban, que no tenían tiempo para mí. Quería que
supiera que yo sí sabía lo que significaba que tus padres tuvieran ese trabajo
y se olvidasen de ti día tras día. Intenté cambiar de tema para que no tuviese
que recordar cosas que como aquella.
-Entonces sales todos los días con
los caballos a dar un paseo. -Era más una afirmación que una pregunta. Me había
contado un poco por el camino que salía a pasearles y cabalgar un rato con
ellos.
-Sí, me ayuda un poco a olvidarme de
mi vida y de todo lo que pasa en ella.- En aquel momento tenía una voz neutra y
me impedía saber si sentía rabia o lo decía porque sí.
No conversamos mucho más; cenamos
pizza barbacoa, (no se como lo hizo para acertar, pero esa era justo mi favorita), estuvimos
viendo un rato la tele y luego me llevó a una habitación de invitados de color
blanco y marrón, que le daban un tono chocolate realmente guay. Me dio las
buenas noches y se fue. Entonces recordé que me hubiera gustado preguntarle por
Tania y también si podía acompañarle a cabalgar al día siguiente. Me dije a mí
misma que no se me debía de olvidar.
A la mañana siguiente, cuando me
desperté bajé a la cocina (o más bien lo intenté, porque por lo visto ya no me
acordaba que parte era la que conducía hasta ella), me encontré a Diego por el
pasillo y me llevó hasta allí. Estuvimos
desayunando tostadas y cereales, según él, para tener energía. Le pregunté si
podía acompañarle a cabalgar y me dijo que aquella mañana no podría ser y que
seguramente en los próximos días tampoco. Le pregunté el porqué y me señaló el
cristal. Fuera estaba nevando. No dudé en coger el tazón de cereales y
acercarme para observar con más detenimiento. Sin darme cuenta, él estaba a mi
lado con otro tazón rebosante de copos de avena.
Nos quedamos así hasta que
terminamos de desayunar. Luego, pusimos la radio y comenzamos a bailar una
canción que se llamaba “Flightless Bird”. Era una música lenta pero muy bonita.
Pusimos en práctica todos los pasos que nos habían enseñado para cuando tuviéramos
que “danzar” (así lo llamaban mis progenitores) con alguien en una de sus
importantes fiestas. A él le llamó la atención que yo me supiese cada
movimiento a la perfección. Pero como se suponía que tenía amnesia, no sabía
cómo tenía conocimiento de ellos. Pasamos toda la mañana entre bailes y guerras
de almohadas; me alegré de que sus padres se hubiesen ido ya a trabajar, porque
eso me dejó ver una satisfacción en su
cara que me hizo ser feliz a mí también. Ambos nos divertíamos poco a causa de
que siempre debíamos andar ocupados y aprendiendo modales para cuando hubieran
visitas; así que por una vez, decidimos pasar de todo y darnos “la buena vida”,
como quien dice. Por la tarde siguió nevando así que cogimos unos abrigos (por
suerte Tania y yo teníamos la misma talla) y salimos fuera a hacer muñecos,
ángeles y más peleas con bolas de nieve. Luego pusimos una peli, comimos
palomitas y acabamos los dos fritos en el sofá. Aquella noche dormí por primera
vez sin tener que preocuparme de nada, era como si aquel fuese mi hogar, el
único al que realmente pertenecía.
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