Mi
padre le mostró al policía mi habitación. Éste se fijó en los posters de
jugadores de baloncesto de la NBA que decoraban las paredes. Después se dirigió
hasta mi escritorio y empezó a rebuscar entre mis libros y cuadernos.
Finalmente se detuvo a leer en un cuaderno que, algunas semanas atrás, había
empezado a utilizar como diario. En la primera página leyó: “Estoy destrozado.
Me han echado del equipo, con la ilusión que tenía por jugar el campeonato”. El
policía interrogó a mis padres sobre mi desaparición y ellos le dijeron que no
entendían nada. Éste, sin embargo, les dijo que cada detalle era importante y
preguntó si era posible que pudiera haber hecho alguna travesura o algo peor.
El policía, con aire desconfiado, no dejaba de hacer preguntas a mis padres.
Era algo realmente incómodo para ellos. Eran sospechosos.
Esa
Navidad había comenzado de manera parecida a las anteriores. Buenas notas,
montar el portal de Belén en casa, días de campo con mis primos, algunos
deberes para las vacaciones. Más o menos lo de siempre que, por cierto, me
encantaba, bueno, lo de los deberes no tanto, pero ese año además mis padres me
habían preparado una sorpresa que no iba a olvidar nunca. Pasaríamos dos días
en Madrid para ver en directo el torneo de Navidad del Real Madrid que, en esa
ocasión, disputarían, además del equipo de casa, dos equipos americanos: los
Lakers de Gasol y los Pelícanos de New Orleans liderados por Anthony Davis.
Nada mal para un forofo del baloncesto como yo.
Desgraciadamente
las cosas no fueron como todos esperábamos. Llegamos a Madrid la tarde del 2 de
enero. Mientras mi madre hacía unas compras con mi hermana mayor Teresa y las
pequeñas Celia y Marta, mi padre, mi hermano Rafa y yo nos encaminamos hacia la
Caja Mágica, donde se celebrarían los partidos. Había unas colas inmensas para
entrar al pabellón. La expectación era grande por el buen momento del equipo y
las figuras de la NBA que habían venido a la ciudad. Lo que pasó en los minutos
siguientes me dejó helado. Unos tipos con sudaderas oscuras con capucha se
acercaron a nosotros y, antes de que mi padre pudiera darse cuenta, me tenían
dentro de una furgoneta negra con las lunas tintadas. ¿Qué estaba pasando? No
podía entender nada. El miedo me tenía paralizado.
Uno
de los secuestradores me habló en inglés y me dijo que estuviera tranquilo, que
todo iba a ir bien. O eso entendí yo. Era un chico joven con cara de buena
persona que llevaba una gorra de los Pelícanos. A mí no me salía la voz del
cuerpo, bueno, la verdad es que no soy un chico de hablar mucho, como dice mi
madre, por lo menos en casa, pero en esos momentos estaba muerto de miedo. No
lo secuestran a uno todos los días. Además los otros tipos hablaban a gritos y
tenían pinta de ser agresivos y de estar cabreados.
Para
cenar me dieron un zumo y una hamburguesa. Por lo menos no eran tan malos.
Intenté tranquilizarme y estar atento para poder salir del lío en el que estaba
metido. Uno de ellos se reía de mí y me debió gastar alguna broma porque todos
soltaron una carcajada. Yo no entendí ni jota aunque creo que no me habría
hecho gracia.
* * *
El
tiempo pasaba y la verdad es que la cosa tenía mala pinta. A la mañana del
tercer día uno de ellos recibió una llamada en la que le informaban de algo.
Parecía que la cosa no iba bien. Se habían equivocado. Sus caras mostraban
preocupación. No paraban de repetir “mistake”,
algún error gordo habían tenido.
Por
su parte la policía seguía con la misma línea de investigación. Al parecer mis
anotaciones en el diario, unos días antes de mi desaparición, acerca del
posible castigo de mis padres (y mi posterior gran enfado) de perderme los
partidos del torneo por haberme peleado con mi hermana no hacían más que
aumentar las sospechas sobre mis padres. Todo era un poco absurdo pero la
verdad es que no tenían otras pistas que seguir. Nadie había visto nada.
Algunos programas de la tele empeoraron las cosas al hablar de mi caso junto al
de la niña de Santiago de Compostela que había aparecido muerta. El titular se
las traía. !Qué manera de informar! “Un niño de color, adoptado, desaparecido.
Los padres en el punto de mira”.
Se
me olvidaba decir que nací en África y cuando era muy pequeño mis padres me
adoptaron. La verdad es que apenas recuerdo nada de mis padres biológicos o de
mi vida allí. Soy negro, como no. Eso de niño de color no lo acabo de entender
muy bien. El caso es que un rato después de la llamada pude ver como uno de los
secuestradores le enseñaba a otro una foto de Anthony Davis con un niño. Era
como yo de alto, pero evidentemente no era yo. Recordé que cerca de nosotros en
la cola para entrar al pabellón había dos mujeres negras muy guapas con varios
chiquillos alrededor. Las cosas empezaban a encajar. ¿Quiénes eran esos chicos?
Mi intuición me decía que tenían algo que ver con Anthony Davis. El que peor me
caía de los cuatro jóvenes que me tenían retenido puso cara de estar muy
enfadado y sacó una pistola. Aquello no me gustaba nada. Por suerte el que
tenía cara de buena persona, que se llamaba Mike, se opuso a éste y me
defendió. Cuando se tranquilizaron, Mike dejó entreabierta un trampilla del
sótano en el que estábamos, que daba a la calle. Me guiñó un ojo y, cuando se
despistaron los demás, aproveché para escapar.
Al
salir afuera lo primero que vi fue un kiosko en el que pude ver mi cara en uno
de los periódicos. Rápidamente, con la voz temblorosa, le expliqué a una mujer
que estaba comprando lo que me había ocurrido señalando mi foto en el
periódico. Me dio un abrazo y me llevó a
toda prisa a la comisaría más cercana. Desde allí localizaron a mis padres y en
pocas horas me reuní con ellos. Estaba supercontento de que todo hubiera
acabado. Lloré de alegría.
Con
lo que le conté a la policía consiguieron detener a la banda de secuestradores.
Me daba pena por Mike. Los policías me dijeron que no le pasaría nada pues, al
fin y al cabo, me había liberado. Se trataba de jóvenes pandilleros americanos
que ahora se dedicaban a hacer secuestros de niños hijos de famosos o de gente
con dinero. La Interpol les seguía la pista desde hacía algunos meses.
Me
había perdido los partidos del torneo en el que, por cierto, habían ganado los
Lakers. Pero cuando Gasol y Davis se enteraron de la noticia me invitaron a mí y a toda mi familia a viajar a Estados
Unidos para ver algunos partidos en vivo. Después de todo, la cosa acabó bien.
El viaje en avión y los días allí fueron geniales, llenos de sorpresas pero, bueno,
eso forma parte ya de otra aventura. Bueno, como dice mi abuela, “mi vida es
una aventura”.
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