febrero 12, 2014

LA AVENTURA DE MI VIDA, LUISMA ESCRIBANO GARCÍA

                Mi padre le mostró al policía mi habitación. Éste se fijó en los posters de jugadores de baloncesto de la NBA que decoraban las paredes. Después se dirigió hasta mi escritorio y empezó a rebuscar entre mis libros y cuadernos. Finalmente se detuvo a leer en un cuaderno que, algunas semanas atrás, había empezado a utilizar como diario. En la primera página leyó: “Estoy destrozado. Me han echado del equipo, con la ilusión que tenía por jugar el campeonato”. El policía interrogó a mis padres sobre mi desaparición y ellos le dijeron que no entendían nada. Éste, sin embargo, les dijo que cada detalle era importante y preguntó si era posible que pudiera haber hecho alguna travesura o algo peor. El policía, con aire desconfiado, no dejaba de hacer preguntas a mis padres. Era algo realmente incómodo para ellos. Eran sospechosos.
                Esa Navidad había comenzado de manera parecida a las anteriores. Buenas notas, montar el portal de Belén en casa, días de campo con mis primos, algunos deberes para las vacaciones. Más o menos lo de siempre que, por cierto, me encantaba, bueno, lo de los deberes no tanto, pero ese año además mis padres me habían preparado una sorpresa que no iba a olvidar nunca. Pasaríamos dos días en Madrid para ver en directo el torneo de Navidad del Real Madrid que, en esa ocasión, disputarían, además del equipo de casa, dos equipos americanos: los Lakers de Gasol y los Pelícanos de New Orleans liderados por Anthony Davis. Nada mal para un forofo del baloncesto como yo.
                Desgraciadamente las cosas no fueron como todos esperábamos. Llegamos a Madrid la tarde del 2 de enero. Mientras mi madre hacía unas compras con mi hermana mayor Teresa y las pequeñas Celia y Marta, mi padre, mi hermano Rafa y yo nos encaminamos hacia la Caja Mágica, donde se celebrarían los partidos. Había unas colas inmensas para entrar al pabellón. La expectación era grande por el buen momento del equipo y las figuras de la NBA que habían venido a la ciudad. Lo que pasó en los minutos siguientes me dejó helado. Unos tipos con sudaderas oscuras con capucha se acercaron a nosotros y, antes de que mi padre pudiera darse cuenta, me tenían dentro de una furgoneta negra con las lunas tintadas. ¿Qué estaba pasando? No podía entender nada. El miedo me tenía paralizado.
                Uno de los secuestradores me habló en inglés y me dijo que estuviera tranquilo, que todo iba a ir bien. O eso entendí yo. Era un chico joven con cara de buena persona que llevaba una gorra de los Pelícanos. A mí no me salía la voz del cuerpo, bueno, la verdad es que no soy un chico de hablar mucho, como dice mi madre, por lo menos en casa, pero en esos momentos estaba muerto de miedo. No lo secuestran a uno todos los días. Además los otros tipos hablaban a gritos y tenían pinta de ser agresivos y de estar cabreados.
                Para cenar me dieron un zumo y una hamburguesa. Por lo menos no eran tan malos. Intenté tranquilizarme y estar atento para poder salir del lío en el que estaba metido. Uno de ellos se reía de mí y me debió gastar alguna broma porque todos soltaron una carcajada. Yo no entendí ni jota aunque creo que no me habría hecho gracia.
*                             *                             *
                El tiempo pasaba y la verdad es que la cosa tenía mala pinta. A la mañana del tercer día uno de ellos recibió una llamada en la que le informaban de algo. Parecía que la cosa no iba bien. Se habían equivocado. Sus caras mostraban preocupación. No paraban de  repetir “mistake”, algún error gordo habían tenido.
                Por su parte la policía seguía con la misma línea de investigación. Al parecer mis anotaciones en el diario, unos días antes de mi desaparición, acerca del posible castigo de mis padres (y mi posterior gran enfado) de perderme los partidos del torneo por haberme peleado con mi hermana no hacían más que aumentar las sospechas sobre mis padres. Todo era un poco absurdo pero la verdad es que no tenían otras pistas que seguir. Nadie había visto nada. Algunos programas de la tele empeoraron las cosas al hablar de mi caso junto al de la niña de Santiago de Compostela que había aparecido muerta. El titular se las traía. !Qué manera de informar! “Un niño de color, adoptado, desaparecido. Los padres en el punto de mira”.
                Se me olvidaba decir que nací en África y cuando era muy pequeño mis padres me adoptaron. La verdad es que apenas recuerdo nada de mis padres biológicos o de mi vida allí. Soy negro, como no. Eso de niño de color no lo acabo de entender muy bien. El caso es que un rato después de la llamada pude ver como uno de los secuestradores le enseñaba a otro una foto de Anthony Davis con un niño. Era como yo de alto, pero evidentemente no era yo. Recordé que cerca de nosotros en la cola para entrar al pabellón había dos mujeres negras muy guapas con varios chiquillos alrededor. Las cosas empezaban a encajar. ¿Quiénes eran esos chicos? Mi intuición me decía que tenían algo que ver con Anthony Davis. El que peor me caía de los cuatro jóvenes que me tenían retenido puso cara de estar muy enfadado y sacó una pistola. Aquello no me gustaba nada. Por suerte el que tenía cara de buena persona, que se llamaba Mike, se opuso a éste y me defendió. Cuando se tranquilizaron, Mike dejó entreabierta un trampilla del sótano en el que estábamos, que daba a la calle. Me guiñó un ojo y, cuando se despistaron los demás, aproveché para escapar.
                Al salir afuera lo primero que vi fue un kiosko en el que pude ver mi cara en uno de los periódicos. Rápidamente, con la voz temblorosa, le expliqué a una mujer que estaba comprando lo que me había ocurrido señalando mi foto en el periódico.  Me dio un abrazo y me llevó a toda prisa a la comisaría más cercana. Desde allí localizaron a mis padres y en pocas horas me reuní con ellos. Estaba supercontento de que todo hubiera acabado. Lloré de alegría.
                Con lo que le conté a la policía consiguieron detener a la banda de secuestradores. Me daba pena por Mike. Los policías me dijeron que no le pasaría nada pues, al fin y al cabo, me había liberado. Se trataba de jóvenes pandilleros americanos que ahora se dedicaban a hacer secuestros de niños hijos de famosos o de gente con dinero. La Interpol les seguía la pista desde hacía algunos meses.
                Me había perdido los partidos del torneo en el que, por cierto, habían ganado los Lakers. Pero cuando Gasol y Davis se enteraron de la noticia me invitaron  a mí y a toda mi familia a viajar a Estados Unidos para ver algunos partidos en vivo. Después de todo, la cosa acabó bien. El viaje en avión y los días allí fueron geniales, llenos de sorpresas pero, bueno, eso forma parte ya de otra aventura. Bueno, como dice mi abuela, “mi vida es una aventura”.

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