febrero 15, 2013

ALEJANDRO - RELATO CORTO SAN JUAN BOSCO


EL HOMO SUPERIOR
 Y al fin abrí los ojos.
No veía mucho, solo una superficie lisa que estaba delante mía. Mis manos y mis pies estaban inmovilizados a la pared que estaba a mis espaldas mediante algún tipo de imán. No me podía mover de ningún modo.
Me encontraba en una cámara criogénica, esperando ser enviada a la misión. ¡Por fin! Estaba harta de dormir criogenizada porque siempre sueño con mi infancia. En realidad no debía de acordarme de nada de mi niñez, pero, por muchos lavados mentales que me hubieran hecho, seguía teniendo flasblack.
Según mi infancia Estándar Versión 1.24 mis padres se llamaban José y Ana y de esta última heredé mi nombre. Desde pequeña había mostrado gran interés por los viajes y las situaciones peligrosas por lo que, aunque a mis padres no le gustara, me escapé de casa para ingresar en la academia militar. Eso no tenía nada de verdad: yo había sido almacenada en un tanque de titanio un par de meses con crecimiento acelerado nada más nacer. Allí me habían hecho madurar a base de descargas eléctricas. Aún me acuerdo de como me retorcía mientras notaba como iba creciendo.
Después de un par de meses allí me llevaron a la academia militar. Esa fue la peor parte de mi vida:
Primero estaba la preparación física, en donde descubrí lo desentrenados que pueden estar tus músculos después de pasarse toda su vida en un tanque.
Pero lo peor era la preparación psicológica: tenías que aprender a tener criterio propio siempre ese criterio no fuera en contra de la nación ni fuera nada que pudiera perjudicarles.
Además tenías que tener el criterio del rol que te habían asignado. El mío era humanista. Había varios modos de conseguirlo, pero ninguno era agradable. Una vez me metieron en una sala en la que había dos carteles: “Mira al elefante” y “No pienses en elefantes”. Además había un gran póster con un elefante en una pared. En cuanto pensé en elefantes una descarga eléctrica hizo que casi me partiera en dos. Cuando no miraba al póster o cerraba los ojos, otra descarga. Así día y noche hasta que conseguí mirar al elefante pero no pensar en él. Así me enseñaron a obedecer las órdenes. No puedo pensar siquiera en desobedecerlas. Es como si en mi mente hubiera un muro, uno que no puedo saltar ni vadear. Ni siquiera puedo pensar en hacerlo. La academia es así, consigue meterte en el subconsciente esos impulsos. De ese modo consiguen que des la vida por ellos: como un robot, solo que nosotros somos mucho más baratos que un robot.
Tras entrenarme así, cuando ya pensaron que estaba preparada, me hicieron un lavado de memoria, para que no pudiera recordar nada, que solo mi subconsciente tuviera ese muro y que encima creyera que si actúo de ese modo es porque yo misma lo decido.
Me metieron en una gran sala y me ataron con unas gruesas cadenas a una silla. Unas luces parpadearon delante mía, no recuerdo más.
Pero algo debió de fallar, porque además de mi cutre infancia Estándar Versión 1.24 empecé a recordar el tanque, la academia y el muro. Supongo que habría un cortocircuito o un apagón y por eso no funcionó el borramemoria. No me interesa como pasó exactamente, solo me importa saber que no soy libre, que estoy atada a ese fatídico muro que me impide actuar, e incluso pensar, de forma autónoma.

El viaje terminó y el imán que me aprisionaba se aflojó. Empujé la superficie que estaba delante de mi y salté fuera de cápsula criogénica.
No sabía donde estaba, era un lugar ruinoso y triste y el cielo era gris. Pisaba cenizas y a mi alrededor solo había escombros de lo que antes fueron grandes edificios. La oscuridad era prácticamente absoluta, pero gracias a mis ojos mejorados genéticamente podía ver perfectamente.
A mi alrededor había varias cámaras criogénicas que se fueron abriendo de una en una. De ellas salieron varias personas.
Un hombre bastante más mayor que yo se me acercó. Tenía las facciones rudas, surcadas de cicatrices y trasmitía desprecio al mirarme. Su pelo era canoso y lo había perdido en la coronilla, pero aún así desprendía un aire carismático que hacía pensar que le quedaba aún mucha vitalidad.

Me examinó de arriba a abajo y tras unos instantes en los que me miró fijamente a los ojos, me habló en tono cortante y despectivo.
  • Tu debes de ser la humanista, ¿no? Por alguna razón tenemos que llevar siempre a una. Sígueme.
Seguí al hombre, el muro de mi mente me impedía lo contrario. Andaba muy rápido y yo tenía que correr para alcanzarlo. Él se dirigía hacia las otras cámaras criogénicas. De ellas salieron otras cuatro personas que se unieron al grupo. Cuando estuvimos todos, el hombre canoso se dirigió a mi. Parecía que todos se conocían menos yo.
  • ¿Tú eres 2486FH? - me preguntó, como si supiera que significaba eso.
  • Esto... No... no lo sé...
El hombre me agarró el brazo izquierdo, lo arremangó bruscamente y miró mi antebrazo.
  • Sí, eres 2486FH – dijo toscamente.
Entonces me acordé, en la academia me habían hecho meter el brazo en un cilindro, el cual al parecer me tatuó esos números. La “F” era de “Femenino” y la “H” de “Humanista”. El resto correspondía al número de serie. Era la humanista femenina número 2486.
Tras eso, el hombre me habló rápido, sin apenas mirarme, como si no fuera digna de escucharle.
  • Pedí un nuevo humanista, el último cayó en una zanja y se partió el pie.
  • ¿Y debo sustituirlo? - pregunté. Definitivamente, el hombre no me caía bien.
Ante mi pregunta, él sin motivo aparente se echó a reír.
  • ¿Sustituirle? ¿Acaso crees que quiero que vuelva el antiguo humanista? Nos retrasaba en la misión, lo único que hizo de provecho fue caerse en la zanja. ¡Ahí seguirá!
  • ¿No le rescatasteis? - pregunté horrorizada por la visión de una persona inmovilizada en un agujero, pidiendo socorro mientras solo recibía insultos.
  • ¡Pues claro que no!
  • ¡Pero... lo condenasteis a una muerte segura!
  • ¡Pues claro que sí, no servía para nada, era un peso muerto!
  • ¡Pero era una persona!
  • Eso es lo que tu te crees. Los únicos que pueden presumir de ser personas de verdad son los de rango A y los de rango B. Los del C, como yo, estamos sujetos a los de arriba, y no somos precisamente personas libres. Pero los que no son otra cosa que mano de obra (en ocasiones de usar y tirar) sois vosotros – apuntó al resto del equipo y a mi –. ¡Los de rango D! Pero al menos, ellos – apuntó a los cuatro del equipo – pueden presumir de tener experiencia y por tanto, valor para mi. ¡Pero los que habéis recién llegado de la academia, con el cerebro lavado y una infancia falsa sois prescindibles! ¡No valéis nada! ¡No sois personas! Aprende esta lección bien, 2486FH, eres un número más, y los únicos que piensan que no es así, son los humanistas.
Tras ese discurso todo el mundo permaneció callado unos minutos hasta que el hombre recobró las fuerzas y comenzó las presentaciones.
  • Bien 2489FH, yo soy el Comandante Kaov, él es Iván, un marine – señaló a un hombre calvo con una fea cicatriz en forma de media luna en el ojo – él es Joel, francotirador – un hombre templado, con mirada impasible, llevaba una pequeña perilla y un fino bigote –. Ambos se encargan de la seguridad. Ella es Nacarie, geóloga, estudió de verdad, no le implantaron los conocimientos al cerebro como a la mayoría – era una rubia de ojos penetrantes y mirada desafiante –. Y él es Zack, historiador y antropólogo – se trataba de un hombre nervioso que no paraba de mover la cabeza mirando a todos lados.
Si, ya sé que al describir a mis compañeros me he centrado en sus ojos, ¡pero es que me ponían nerviosa del modo por el que me examinaban!
  • Y tú, 2486FH, ¿cómo te llamas? - continuó el Comandante.
  • Ana, creo.
  • ¿Cómo que crees?
  • Es el nombre que pone en mi Infancia Estándar Versión 1.24.
  • ¿Y tú cómo te has enterado de que tu infancia no es real?
  • Me parece que el sistema de borrado de memoria falló.
  • Da igual, me aseguraré de que mejoren los aparatos borramemorias Entonces, ¿te llamas Ana o no?
  • Supongo... Yo no he elegido mi nombre.
  • Pues elígelo ahora, ¿cómo te quieres llamar? En realidad lo que importa es tu número.
Pensé unos segundos, pero al no encontrar una respuesta mejor dije:
  • Ana, con Ana me quedo.
  • Bien, y ahora que hemos solucionado el importantísimo tema de los nombres, para el cual necesitamos un humanista, vayamos al grano. Estamos en el tercer planeta de un lejano sistema que se encuentra orbitando alrededor del Sol, un gran astro que vio nacer a la humanidad. El planeta se llama “Tierra”, aunque yo lo llamaría “Escombros” – carcajada general –. Venimos a comprobar que, definitivamente, no hay ningún recurso utilizable. Después de enviar nuestro informe, volaremos la Tierra. Debemos buscar restos de vida, agua o minerales. ¿Alguna pregunta?
  • ¿Para qué queremos volar la Tierra? - pregunté.
  • Porque se cree que puede ser un escondite de seres humanos. Debemos asegurarnos de que no hay nada interesante para liquidar completamente a esa raza subdesarrollada.
  • ¡Pero si los humanos son personas como nosotros!
  • ¡No! ¡No son como nosotros! Ellos son débiles y blandos, nosotros somos más fuertes, más rápidos, más inteligentes. ¿Para qué queremos tener una raza inferior que nos lastre? Nosotros tenemos ojos biónicamente mejorados, capaces de ver en la oscuridad, nuestros huesos son de titanio y nuestra piel es insensible al dolor. Ellos son peores y nos estorban en nuestra expansión.
  • Pero...
  • ¿Tu querrías tener como a un ciudadano más a un ser inferior? ¿Alguien peor que tú pero con el mismo valor oficial? ¿Te imaginas a una raza inferior llegando a los rangos A y B? No, ellos harían lo mismo de estar en nuestro lugar. Y ahora cállate.
El muro hizo acto de presencia.
El grupo empezamos a andar, íbamos mirando alrededor, buscando algo utilizable para las fábricas, aunque solo veíamos escombros y restos de edificios.
Al poco me aburrí y me acerqué a Zack (era el único que me había caído bien).
  • ¿Todo ese rollo sobre los humanos es así? – pregunté – ¿Son así de débiles?
  • Sí, así eran – respondió nervioso, evitando mirarme a los ojos –. Pero yo no creo que sigan estando aún. Creo que todos fueron aniquilados en Júpiter. Que pena...
  • ¿Qué quieres decir?
  • Nosotros fuimos creados por ellos. Querían crear a un súper-hombre y crearon algo superior a ellos, algo que no podían controlar. Querían una raza de esclavos y crearon algo que los destruyó. Aún así fueron quienes nos crearon, por lo que técnicamente deberían ser una especie de dioses para nosotros. Pero no los consideramos nada más que monstruos, cosas que nos recuerdan que en un pasado lejano fuimos débiles.
  • ¿Y cómo pasó? ¿Cómo consiguió la nueva raza vencer a sus creadores?
  • Ya te lo he dicho, al principio eran esclavos que hacían todo el trabajo, pero como ya te puedes imaginar, en cualquier sociedad piramidal se necesita de una gran base para sostener a los pocos de arriba. Así crearon millones de individuos, que hicieron que ellos no tuvieran que mover un dedo en la vida. Pero hubo algo con lo que no contaron: al hacer a la nueva raza a su imagen y semejanza consiguieron que poco a poco fuera consiguiendo tener criterio propio. ¡Y aún más! Empezaron a desarrollar sentimientos, y por ello destruimos a nuestros creadores. Pero en realidad, queremos parecernos a ellos. Por eso tenemos una organización tan parecida a la de ellos (por desgracia estamos en la base de la pirámide). Por ello llevamos a un humanista, para parecernos más a ellos. No se por qué les destruimos, ¿para esperar a que una raza mejor que la nuestra venga y todo vuelva a empezar? Deberíamos haber hecho una sociedad basada en la igualdad con ellos.
La historia me impresionó. Había oído dos versiones completamente distintas sobre el mismo hecho: la de Kaov y la de Zack. No sabía cual creer, pero entre lo mal que me cae el Comandante y el carácter humanista que me habían colocado en el cerebro me inclinaba a opinar con el antropólogo (especialista en estudiar a los seres humanos).
  • Ojalá no estén todos muertos. Yo no les hubiera eliminado así, salvo que me hubieran dado una orden expresa.
Esta última parte la dije sin pensar, cortesía del muro de mi mente, pero al menos conseguí lo que quería, Zack esbozó una sonrisa.

El resto de la expedición fue muy aburrida y monótona, no encontramos otra cosa que no fuera escombros, cenizas y polvo. Fue una completa perdida de tiempo. Cuando llegamos a un lugar más o menos limpio, hicimos una parada para recargarnos, comimos una especie de pasta amarillenta que se supone que tiene los nutrientes suficientes como para un día. Después nos pusimos en camino otra vez.
Esta vez cogimos los radares y las cámaras térmicas y nos pusimos a buscar de nuevo. Así estuvimos tres días y medio (lo reglamentario) hasta que el Comandante dijo:
  • ¡Ya está! Hemos confirmado lo que decían los satélites. No hay nada. Zack, ve a buscar la bomba para detonar el planeta. Vendrá en un paracaídas, caerá cerca. Joel, Ana, id con él para proteger a 0496HA – miré a Zack, ese era su número, pero él lo tenía grabado mediante cortes, no con un tatuaje. Las cicatrices dolían con solo verlas –. Nacarie, busca un lugar en donde detonar la bomba, para algo eres geóloga. Tú, Iván, ve a buscar la nave. No quiero estar cerca cuando todo explote.
Obedecimos al instante y Zack, Joel y yo nos pusimos a buscar un paracaídas entre los edificios derrumbados. Pronto lo encontramos. ¡Parece increíble que una bomba del tamaño de una caja de zapatos pueda cargarse un planeta entero en cuestión de segundos!
Joel se quedó mirando hacia un montón de edificios, no se movía nada, era increíble como conseguía mantener la calma sabiendo que un nervioso historiador y una humanista estaban cogiendo una bomba.
  • Toma, sujeta esto – me dijo, ofreciéndome la bomba, que pesaba lo suyo.
A continuación me dejó tan alucinada que la única razón por la que no tiré mi carga fue que porque al hacerlo explotaría y había recibido órdenes de proteger a Zack.
Este, en cuanto me dejó la bomba, cogió su pistola del bolsillo trasero de su pantalón y disparó a Joel en la espalda. Cuando se iba a girarse le disparó otra vez, y así hasta siete veces, para asegurarse. El pobre murió con la misma tranquilidad habitual en él.
  • ¿Qué has hecho? - pregunté desconcertada.
  • Esta bomba no llegará a explotarse. Te he mentido, de antropólogo no tengo nada, soy especialista en explosivos y pienso desactivar la bomba.
  • ¿Pretendes salvar a los humanos que queden? ¿Tanto te importan? - le pregunté muy alterada, la idea de salvar a los humanos me parecía una locura, al contrario que hace un par de días.
  • ¿No lo entiendes? Yo soy humano. Me hice pasar por uno de vosotros para salvar a mis compatriotas que viven aquí, sumidos en la miseria.
Entonces mi imagen de Zack cambió radicalmente, ahora le veía como un ser despreciable, alguien débil, que merece morir. El muro me impedía otra cosa. Saque mi pistola en un acto reflejo, pero la orden de protegerlo me impedía disparar.
  • ¡Ojalá fuerais de verdad tan distintos a nosotros como pretendéis! Nosotros os utilizamos, sí, ¡y vosotros nos amasacrais! ¿Tan distintos somos? ¿No podríamos vivir en paz? - decía mientras abría la bomba para ver los cables.
Yo estaba de acuerdo con sus razonamientos, pero el muro hacía que le siguiera apuntando con la pistola.
Tras unos minutos examinando el artefacto dictaminó:
  • ¡Ya he conseguido saber cual es el cable! Solo tengo que cortarlo y...
No llegó a decir más, pues una bala le perforó el cerebro. Había recordado que me habían ordenado proteger a 0496HA y él no era 0496HA, sino un humano sin número.
  • ¡Vaya! Si parece que la humanista sirve para algo después de todo – oí esa voz a mi espalda, era Kaov.
  • Era un humano.
  • Muy bien, presentaré un informe en el que se verá reconocido tu mérito. Hay que acabar ya con esa raza inferior. Coge la bomba.
Estaba que ardía de rabia, no estaba de acuerdo en nada con Kaov, prefería los razonamientos de Zack. Quizá si no hubiera matado a Joel y si no me hubiera dicho que era humano podría haberle ayudado.
Con una ira tremenda por estar ayudando a liquidar a unos inocentes seres humanos, cogí la bomba. El muro me impedía lo contrario.
El muro, el muro, el muro... Eso que bloquea mi mente, que no me deja decidir por mi misma... Era un obstáculo insalvable. No podía ir más allá. Pero entonces recordé que estaba ayudando a matar a inocentes y conseguí susurrar:
  • No
  • ¿Qué dices? - me pregunta asombrado
  • NO
El muro se debilitaba, había conseguido salvar ese tremendo obstáculo de mi mente, pero me costaba mucho tirarlo.
  • ¿No a qué? - pregunta de nuevo.
  • No voy a ayudar a matar a los humanos. Deberíamos vivir con ellos en paz, como decía Zack.
  • Muy bonito por tu parte, pero no puede ser. Son seres inferiores, débiles, deben morir.
  • ¡NO!
El muro se derrumbó por completo, por fin obraba con libertad.
Corrí empujando a Kaov por el camino. Él se cayó, paralizado por mi reacción, pero yo no desaproveché la oportunidad y seguí corriendo.
En esos momentos desearía saber que cable hay que cortar para desactivar la bomba, pero era humanista, no pirotécnica.
Mientras pensaba en eso una mano fuerte me agarró por la espalda y me tiró al suelo. Al mirar descubrí que era Nacarie.
  • ¿Pero qué haces? – me pregunta – ¡Dame la bomba, hay que explotarla! Debemos hacerlo, no porque nos parezca bien o mal, sino porque nos han ordenado hacerlo. Los jefes te lo han mandado. Y tú has sido educada para obedecerles.
Ante esas palabras el muro se reconstruyó, mi mente volvió a activar las defensas que se habían detenido de forma temporal. Volví a ser 2486FH y dejé de ser Ana. Era un número de rango D. No tenía derechos, no tenía criterio, ni siquiera libertad en mi mente.
Mi cuerpo obedeció la orden, tiré la bomba...
¡BOOOOOOOOOOOM!
Todo estalló, el suelo se partió, las llamas lo devoraron todo. Acabé matando a todos:
Culpables, inocentes y siervos, a todos por igual.
Solo quedó una cosa de pie: el muro.

Primer premio en la categoría juvenil. ¡Felicidades, Alejandro!

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