Ilusiones para el Siglo XXI
Gabriel
García Márquez pronunció este discurso el 8 de marzo de 1999, en la sesión
inaugural del Foro América Latina y el Caribe frente al Nuevo Milenio, llevado
a cabo en París.
Sirvan estas palabras, suyas, como homenaje a uno de los grandes escritores del siglo XX.
El
escritor italiano Giovanni Papini enfureció a nuestros abuelos en los años
cuarenta con una frase envenenada: “América está hecha con los desperdicios de
Europa”. Hoy no solo tenemos razones para sospechar que es cierto, sino algo
más triste: que la culpa es nuestra.
Simón
Bolívar lo había previsto, y quiso crearnos la conciencia de una identidad
propia en una línea genial de su Carta de Jamaica: “Somos un pequeño género
humano”. Soñaba, y así lo dijo, con que fuéramos la patria más grande, más
poderosa y unida de la tierra. Al final de sus días, mortificado por una deuda
de los ingleses que todavía no acabamos de pagar, y atormentado por los
franceses, que trataban de venderle los últimos trastos de su revolución, les
suplicó exasperado: “Déjennos hacer tranquilos nuestra Edad Media”.
Terminamos por ser un laboratorio de ilusiones fallidas. Nuestra virtud mayor es la creatividad, y sin embargo no hemos hecho mucho más que vivir de doctrinas recalentadas y guerras ajenas, herederos de un Cristóbal Colón desventurado, que nos encontró por casualidad cuando andaba buscando las Indias.
Terminamos por ser un laboratorio de ilusiones fallidas. Nuestra virtud mayor es la creatividad, y sin embargo no hemos hecho mucho más que vivir de doctrinas recalentadas y guerras ajenas, herederos de un Cristóbal Colón desventurado, que nos encontró por casualidad cuando andaba buscando las Indias.
Hasta
hace pocos años era más fácil conocernos entre nosotros desde el Barrio Latino
de París que desde cualquiera de nuestros países.
En
los cafetines de Saint Germain de Prés intercambiábamos serenatas de
Chapultepec por ventarrones de Comodoro Rivadavia, caldillos de congrio de
Pablo Neruda por atardeceres del Caribe, añoranzas de un mundo idílico y remoto
donde habíamos nacido sin preguntarnos siquiera quiénes éramos. Hoy, ya lo
vemos, nadie se ha sorprendido de que hayamos tenido que atravesar el vasto
Atlántico para encontrarnos en París con nosotros mismos.
A
ustedes, soñadores con menos de cuarenta años, les corresponde la tarea
histórica de componer estos entuertos descomunales. Recuerden que las cosas de
este mundo, desde los trasplantes de corazón hasta los cuartetos de Beethoven,
estuvieron en la mente de sus creadores antes de estar en la realidad. No
esperen nada del siglo XXI, que es el siglo XXI el que lo espera todo de
ustedes. Un siglo que no viene hecho de fábrica sino listo para ser forjado por
ustedes a nuestra imagen y semejanza, y que sólo será tan glorioso y nuestro
como ustedes sean capaces de imaginarlo.
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